“Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Así reza una de las pancartas que han elaborado los centenares de manifestantes que se reúnen desde el pasado fin de semana en la Puerta del Sol. Este movimiento social heterogéneo, llamado por algunos ‘los del 15M’ en un afán por minimizarlos a una fecha, clama por algo que se pensaba les correspondía por derecho: una democracia real.
El calor que desprende la plaza del Sol, tanto el humano como el de espíritu, es evidente ya antes de llegar. La afluencia de público contrasta con el silencio y la tranquilidad que reinan en el ambiente, solo rotos por las consignas que lanzan las mismas peticiones desde hace días. Aunque cada día suenan más fuertes, cada día hay más voces.
Mientras, nuestros políticos, esos contra los que protestan miles de personas en distintas capitales del país, se afanan por adueñarse de su causa. Es curioso cómo lo último que estos jóvenes indignados, y no tan jóvenes pero igualmente indignados, pretendían ha sido lo primero que han conseguido: que los políticos manipulen su protesta. También resulta paradójico cómo los gobiernos de occidente pueden apoyar el resurgir de una sociedad oprimida que exige lo que es suyo cuando lo hacen a miles de kilómetros. Pero cuando llaman a nuestra puerta, mandamos a los antidisturbios.
Pero ellos siguen adelante. Siguen adelante a pesar de las zancadillas que los partidos políticos, las fuerzas policiales, los medios de comunicación o algunos sectores de la sociedad, les ponen cada minuto. Aunque también hay simpatizantes. Y muchos. Es emocionante ver cómo el campamento de Sol está perfectamente organizado. Hay turnos para repartir los almuerzos y desayunos. “Una señora nos ha traído 200 churros”. Puntos para recargar los teléfonos móviles y portátiles, imprescindibles para que la movilización se siga desde cualquier parte. Incluso hay aseos, cedidos por un empresario, y un punto de ‘objetos perdidos’. Nada está dejado al azar y ellos quieren mantener ese espíritu. Por eso, han prohibido expresamente la celebración de ‘botellones’ en la plaza para evitar falsos juicios que cataloguen este despertar social como algo que no es.
La realidad está más allá de unos cuantos ‘melenudos’ pernoctando en la plaza más conmemorativa de Madrid. La mecha prendió gracias a las revoluciones en el mundo árabe, las filtraciones de Wikileaks meses atrás y el descontento con la clase política en general, que no sabe dar respuesta a una peticiones claras y simples. “Queremos un trabajo, un hogar, vivir en paz y ver crecer a nuestros hijos y nuestros nietos”. Este era el grito firme de Cristina, una oyente de RNE que, indignada por el trato que les daban a los manifestantes desde la radio pública, no pudo más que llamar y desahogarse. Su repercusión fue inmediata y las redes sociales hicieron el resto.
‘La generación estafada’ se moviliza y está dando una gran lección de cómo exigir sus derechos. Nada de grupos ‘antisistema’ violentos como se ha insinuado desde los grupos mediáticos de extrema derecha. Ellos mismos rechazan esta etiqueta fácil. “No somos ‘antisistema’, el sistema está contra nosotros”, gritaban en una de las muchas consignas los concentrados en Madrid.
Lo que sí está claro es que, acabe donde acabe este movimiento, será objeto de estudio. Cómo un centenar de jóvenes decidieron tomar su plaza un domingo y días después, han organizado un pequeño pueblo fuerte y unido. Como ya nos ha mostrado la Historia anteriormente, es en ocasiones como esta, cuando el ser humano se siente oprimido, cuando unos y otros se apoyan sin mirar a quién.
Imagen: (c) Cristóbal Manuel/EL PAÍS 2011
Imagen: (c) Cristóbal Manuel/EL PAÍS 2011