sábado, 29 de enero de 2011

Egipto clama por el cambio democrático

La revolución es ya imparable. Después del derrocamiento del autócrata Ben Ali en Túnez, los egipcios han tomado el relevo en la batalla por recuperar sus libertades. Es absolutamente lícita la lucha de este pueblo que tan sólo exige los derechos, innegables en Europa y Estados Unidos, pero hasta ahora impensables en el norte de África: "a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad".

     Los pueblos árabes desde el Atlático hasta el Mar Rojo han encontrado en las nuevas redes sociales una vía efectiva de hacer llegar su voz a los corruptos mandatarios. Los tunecinos primero y ahora los egipcios se han movilizado a través de Twitter y Facebook a pesar de los cortes de conexión a los que el rais, Hosni Mubarak, sometió a todo el país. Ni siquiera contaban con sus teléfonos móviles pero, aún así, las calles estaban atestadas de jóvenes hartos, hastiados de 30 años de corrupción sin soluciones que piensen en ellos.

     Las informaciones sobre los muertos son contradictorias. Las voces gubernamentales menguan a la mitad las víctimas que se ha cobrado la revuelta en todo el país. Los hospitales hablan ya de un centenar de fallecidos en todo Egipto. Heridos, un millar. Pero la revuelta no cesa. A pesar del comunicado nocturno del todavía presidente, los cairotas atestan la plaza Tahrir pidiendo su salida del gobierno. Después de todo lo que han conseguido hasta ahora, no van a conformarse con las supuestas reformas anunciadas por el faraón.

     Mientras, El Baradei, Premio Nobel de la Paz y hasta hace cuatro días en el exilio suizo, se ofrece como alternativa para gobernar el país de las pirámides. Y es que, estas pueden durar para siempre, pero los gobiernos no. Esto ya lo ha dejado claro la sociedad egipcia. Por otro lado, desde Europa asistimos a un silencio vergonzante y bochornoso de nuestros políticos que miran con temor esta avalancha democrática en los países árabes del Magreb y de Oriente Próximo.

     El 'establishment' europeo duerme más tranquilo mientras estos territorios sigan dominados por autocracias y cleptocracias que mantengan a raya a los islamistas y contengan los flujos migratorios. Además, temen que una crisis de esta magnitud pueda amenazar la exportación de gas y petróleo de países como Libia y Argelia que, podrían ser los siguientes. Por eso, desde Arabia Saudí y Marruecos ya se curan en salud vetando internet o anunciando reformas.

     Más preciso ha sido Barak Obama que ha instado a Mubarak (sin siquiera mencionar su nombre) a que escuche a su pueblo-esto mismo se ha escuchado desde Irán, sí, desde Irán- y que respete su decisión. Este apoyo norteamericano sorprende positivamente a pesar de que Egipto es el segundo mayor aliado de Estados Unidos, después de Israel, en Oriente Próximo. Incluso conociendo las infladas cuentas del gobierno de Mubarak tras años de una lluvia de millones de dólares en armamento.

     Es por esto que la revuelta en El Cairo no será igual que la vivida en Túnez la semana pasada. Pero aún así, parece imparable y, para beneficiar a la que se vive en el valle del Nilo, sí que cuentan con una alternativa ideológica que los guíe a una posible alternativa democrática, el opositor El Baradei. En las próximas horas veremos si el último movimiento de Mubarak, el nombramiento de Omar Suleiman como vicepresidente, no es si no un sustituto para su propio cargo.

     Mientras tanto, la cadena Al Yazeera English informa que los hijos de Mubarak están ya a salvo en Londres. El que se adivinaba como futuro sustituto del rais, Gamal Mubarak, no contaría de todos modos con los apoyos suficientes para tomar el relevo de su octogenario padre.

     Como todas las revoluciones, y esta no será diferente, los cambios se conseguirán en la calle con el consabido precio de sangre. Veremos cuántas vidas más necesita Mubarak para aceptar que su fin ya ha tocado y abandone su país, que es lo que le piden a gritos.

Le dedico esta reflexión a Mohamed Bouazizi, el joven tunecino que se inmoló y que cuyo sacrificio incendió las revueltas en Túnez, consiguiendo el derrocamiento de Ben Ali y el contagio, por ahora en Egipto.

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